En un capítulo histórico fascinante, México ostentó una extensión territorial aproximadamente tres veces mayor que la que conocemos hoy. En los días del Reino de la Nueva España, antes de la Guerra de Independencia, el país se extendía por 4,925,283 km², dividido en 24 provincias y la capital del imperio. Esta vastedad incluía no solo la actual ubicación de México, sino también gran parte del oeste de los Estados Unidos y toda la región de Centroamérica.
Sin embargo, la pérdida significativa de territorio comenzó a gestarse tras la independencia en 1821. La separación de las cinco provincias de la Capitanía General de Guatemala en 1823 marcó el inicio de una transformación territorial. Luego, la independencia de Texas en 1836 agravó la situación, y la pérdida se agudizó con la invasión de Estados Unidos en 1848. Este conflicto resultó en la cesión de vastas extensiones, incluyendo California, Arizona, Nuevo México, Nevada y porciones de Colorado, Oklahoma, Kansas y Wyoming.
Este proceso de cambio territorial, aunque marcado por la pérdida, también contribuyó a la definición de las fronteras actuales de México. La historia de estas transformaciones revela una compleja interacción de eventos políticos y territoriales que han moldeado la geografía actual de México y su relación con los Estados Unidos.