La narrativa oficial de la DEA ha enfatizado durante décadas el asesinato del agente Enrique “Kiki” Camarena en 1985 como un punto de quiebre en la lucha contra el narcotráfico en México. Sin embargo, la realidad es que no ha sido el único caso.

En 1986, el agente especial William Ramos, adscrito a la oficina de distrito de McAllen, Texas, fue asesinado a tiros en la frontera entre México y Estados Unidos. Entre 2007 y 2009, al menos 10 funcionarios de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) en México fueron asesinados por narcotraficantes, según un cable diplomático de 2009 revelado por WikiLeaks. A esta cifra se suma el caso del agente especial Jaime Zapata, del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), quien fue emboscado y asesinado en 2011 por miembros del cártel de Los Zetas en San Luis Potosí.
Estos datos evidencian que la violencia contra agentes estadounidenses en México ha sido constante a lo largo de los años. Si bien el caso Camarena marcó un antes y un después en la relación entre ambos países en materia de narcotráfico, la DEA ha sufrido múltiples bajas en suelo mexicano, lo que sugiere que su reacción ante aquel asesinato ha sido desproporcionada si se compara con el número total de agentes caídos desde 1985. Además, este contexto de agresión hacia agentes de los Estados Unidos ha alimentado la percepción de una historia de confrontación, la cual parece haberse intensificado en ciertos momentos, como en el caso de la administración de Donald Trump, quien, al igual que muchos otros, ha mencionado la violencia hacia sus agentes como un factor clave en la relación bilateral.
En total, al menos 12 agentes estadounidenses han sido asesinados por el narcotráfico en México desde 1985, sin contar posibles casos no documentados públicamente.
