
En su Tercer Informe de Gobierno de 1928, el presidente Plutarco Elías Calles reveló una de las visiones más audaces de la época posrevolucionaria: conectar a Baja California con el resto de México por tierra y ferrocarril. En plena consolidación del Estado moderno, Calles veía a la frontera norte no como un confín aislado, sino como la nueva puerta de entrada al progreso nacional.
Una península en marcha
El entonces Distrito Norte de Baja California era ya un territorio autosuficiente: no dependía del presupuesto federal y generaba sus propios ingresos. Calles lo presentó como ejemplo de administración eficiente y de desarrollo regional. En su informe, destacó obras de saneamiento, abasto de agua, embellecimiento urbano y pavimentación, pero el eje del discurso fue la conectividad.
El gobierno federal impulsaba tres obras clave:
La pavimentación del camino Zaragoza–Ensenada, vital para enlazar los valles agrícolas con el litoral. La conclusión del camino Ensenada–Santa Rosalía, que uniría por primera vez el norte y el sur de la península. Y la construcción del Ferrocarril Nacional de la Baja California, una línea que —según Calles— permitiría una “comunicación rápida y segura entre el Distrito y el interior de la República” .
El sueño ferroviario del Pacífico
En otro pasaje del informe, Calles mencionó la concesión de un ferrocarril entre Mexicali y San Felipe, con el fin de abrir rutas comerciales por el Golfo de California . En conjunto, los proyectos conformaban un plan maestro de integración nacional: un corredor terrestre y marítimo que uniría el Pacífico, el Golfo y el corazón del país.
Aunque el gran ferrocarril peninsular nunca se concretó, la estrategia marcó el rumbo de las siguientes décadas. Las carreteras que comenzaron a planearse entonces serían el origen remoto de la Carretera Transpeninsular, inaugurada en 1973.
Una visión adelantada a su tiempo
Calles entendió que el poder de la frontera no estaba solo en su cercanía con Estados Unidos, sino en su potencial para convertirse en un eje económico propio. Su plan de 1928, casi olvidado en los archivos, fue el primer intento formal del gobierno mexicano por integrar Baja California al proyecto nacional, no como territorio distante, sino como territorio estratégico y motor del desarrollo.